viernes, 22 de agosto de 2008

Ricardito

Me habían dado una misión de enjundia para mis ocho años; me sentía orgulloso y excitado ante la posibilidad de pararme ante un tendero adulto y decir con firmeza: "tres velas y dos hojas de afeitar Gillette por favor". El "por favor" debía ser muy importante, porque tanto mi abuela, como mi tía Emma, hicieron especial hincapié en ello.
Me gustaba mucho visitar la isla, con aquel clima que parecía desconocer el invierno; las blancas manchas de las casas salpicando la ladera, frente a aquel mar que después de todo, no era tan azul. Mi abuelo estaba al parecer preparando un largo viaje, aunque parecía muy desmejorado en aquella cama de hierro que apenas abandonaba y se había decidido que fuéramos a despedirnos de él. Yo, encantado de aquella circunstancia.
Fui por el camino repitiendo la frase, estaba seguro de que la recordaría; al llegar al almacén, el corazón me latía un poco más de prisa, y eso le añadía interés a la experiencia.
Me paré en la acera incandescente frente al rectángulo oscuro de la puerta, mientras mis ojos intentaban penetrar aquel hueco tenebroso.
¡Ricardiiito, has vuelto!, escuché la aflautada sorpresa de una mujer, que a continuación, llamó a voces a otras chillonas. Me arrastraron a la penumbra, pero yo ya empezaba a ver. Abrazos ansiosos y besos salados de lágrimas, grititos y santiguos me habían descolocado, y yo no veía en qué momento poder decir mi parlamento; tampoco de imponerme y decir:
–¡No, soy Antonito, de Madrid!; no había manera.
Luego supe que Ricardito había caído al mar hacía dos años, y nunca lo encontraron.
A veces, cuando me encuentro muy solo, intento rescatar de la memoria, las hilachas emocionales de aquel equívoco antiguo y descolorido. Nunca nadie volvió a abrazarme así.

3 comentarios:

iruna dijo...

qué impresión esa forma de rescatar algo de emoción (auténtica... aunque -¿o pero?- por equivocación) en medio de la mayor soledad

él no quería en ese momento un abrazo... "solo" pedirle al tendero las velas y las hojas de gillette

si es que... me cachis

un beso

Rocío dijo...

Un final tan tierno que incluso pone triste.
Me ha gustado mucho.

Verdial dijo...

Pobre Ricardito. Casi le pasó como al hombre-pez de Liébana. Le vino bien a Antonito su desaparición aunque tan sólo fuera por sentirse abrazado.

Muy bueno lo de las hojas de afeitar. Mi padre también me mandaba a comprarlas.

Saludos