martes, 30 de junio de 2009

Ausencias


Lúzbel anda en misión especial en Honduras; a mi amigo Pepe lo han comisionado a Las Tierras Altas, donde supervisará la plantación "El Eterno", y ya le hecho de menos. Sólo el Comandante Cucho y yo nos hemos quedado en Edén, y la verdad es que no me resulta de mucha ayuda, ya que su único fiero entusiasmo, gira en torno a la cena. El trabajo se multiplica y las labores de intendencia parecen destinadas a una fuerza mucho mayor de la que disponemos, así que no estamos haciendo incursiones en las aldeas próximas, y las cabras han huido por alguna razón... está jodida la cosa. He retomado algunas viejas prácticas. Recibo en confesión a Guadalupe Cienfuegos, una lugareña solidaria que a veces nos trae comida (y malos pensamientos). Inclino mi cabeza y bajo mi capucha para animarla a que hable, aprovecho entonces para recorrerle los apetitosos muslos morenos con los ojos; lo hago con mucho sigilo, porque pudiera ser el adiós a los pastelitos.
El huerto progresa adecuadamente, pero no sólo de tomates, higos y alficoz vive el hombre; me pregunto... ¿dónde andarán las jodidas cabras?

sábado, 13 de junio de 2009

Matinée

A veces se descuelga sobre mí una clarividencia desoladora, precedida por un embarazo de torpeza, miedo velado y desánimo. Es entonces cuando puedo ver a través de las cosas y los seres. Intento una leve resistencia, dejando a la mente escoger los senderos por los que habrá de recrearse y rescatarme, pero ella se niega, y me da un pasillo oscuro, en cuyo fondo, se ve la luz tenebrosa del punto de partida. Un mareo tenue me impide acometer tareas que me alejen del negro influjo de la escena; distraerme de la caída, y me despeño indefenso al patio de butacas. Entro en el teatro vacío, sin moverme del colapso paralizante en que yazgo esperando la resurrección de la amnesia salvadora. Puedo ver al público ausente, buscando en la representación, una tregua a la consciencia de ser quienes son, en el lugar mismo en que "alguien" (según ansían creer), les ha ubicado; puedo ver sus juicios preparados, en un dossier que traen disimulado en la expectativa de sorpresa; sus aplausos apriorísticos o sus abucheos en la recámara, por el ansia de una revancha sin match inicial. Sin los focos, la miseria de teatrillo es evidente; grasientas las sogas de la tramoya; manoseados e inmundos los decorados repintados ad infinitum, para representar la maravilla esquiva; las marcas de tiza en el suelo, encorsetando la naturalidad de los movimientos. El polvo sobre los atriles, no parece anticipar la diáfana ensoñación de los acordes, así como los remiendos del cortinado, no parecen un buen marco para una noche de gloria; genuflexiones de una humildad equívoca y una ardiente impaciencia por la cena.
El fosco coliseo de mi visión, tiene precios asequibles porque puedes tener que intervenir en un momento, como en las salas de teatro alemán, donde haciendo gala de tu mejor falsía, habrás de ayudar a los demás, a mantener en su sitio las caretas; dignamente, como corresponde al prestigioso colectivo de farsantes, que se aprenden su papel, y salen a parodiar el drama y la comedia.

miércoles, 10 de junio de 2009

El viento negro

Hay una correlación entre el "Dust bowl" de la década de los 30 en EE.UU. y el desastre económico en curso. El exceso, siempre el exceso, consigue ponernos en una situación difícil. En aquel tiempo fue la mala gestión de los campos de cultivo; la extensión de los sembrados a las tierras que actuaban como barrera de la desertización y una sequía tan pertinaz como inoportuna.
Los labriegos de Armani, emulando a aquellos rudos rednecks de Oklahoma, insistieron en sembrar un dinero ficticio en campos poco apropiados, y vender los aparentes brotes a todos los cazagangas financieros de la aldea global; la cosecha ya podemos verla en los desplazados y parados que pueblan nuestras urbes, desposeídos, a expensas de la caridad o a los pies de explotadores y mafias.
Parece una constante que habrán de pagar siempre los mismos, no importa quién haya desparramado las venenosas semillas del abuso. Nada hay más esencial que el cereal, la carne, los lácteos o los modestos pepinos; sin embargo, quienes se encargan de garantizar que podamos seguir vivos gracias a los alimentos, son los que menos beneficio reciben del constante esfuerzo de extraer los frutos de la tierra o los océanos.
Nuestro sistema, premia y encumbra a quien no pasa de ser un parásito del esfuerzo ajeno, a los jetas, leguleyos o a quienes crean y desarrollan artilugios que de nada valdrían si no pudiéramos llenar nuestras desagradecidas tripitas.
No son elegantes, es verdad, las incansables hormiguitas que dedican su vida a llenar nuestras despensas; con el riesgo eterno de perderlo todo en el envite ante la caprichosa meteorología o las plagas; pero son quienes nos dan de comer, y no debiéramos morder sus manos con nuestro desinterés por su suerte. No seamos Florentinos, que desprecian un excelente colaborador porque es gordo, poco "chic", y no da bien la imagen. El viento negro de los zapadores de la tierra y el mar son los ilustres cretinos que no ven más allá de su codicia, y les desprecian tras haberles confinado a la incultura y la miseria.