jueves, 22 de octubre de 2009

Sombras truquescas




Hay un naturalista al que admiro desde hace décadas, se llama Joaquín Araujo y es una de esas personas incansables en la difusión de sus convicciones acerca del medio ambiente. Esta vez sin embargo, me ha hecho reflexionar acerca de cuestiones más personales; la última vez que le escuché en un coloquio dejó caer, a modo de conclusión, la siguiente frase: "Hay que aligerar la dosis, hasta la de uno mismo". Nuestra percepción de lo indudable, se desprende siempre, o casi, de análisis o elucubraciones que pudieran estar guiadas por nuestra experiencia; pero también por esa subjetividad que a veces es un aliado, y otras, un escollo a la hora de ser claro en las apreciaciones que elevamos a la categoría de evidencias.
En la imagen que precede esta entrada, creo ver con claridad a Peter Pan y a Wendy –perdón, no me sé el apellido–; conseguí que Guadalupe Cienfuegos viera al niño eterno en las sombras que veía desde mi cama mientras traía mis viandas de convalecencia de la gripe T (de trancazo), pero con Wendy no había manera. Le di algunas pistas infructuosamente, hasta que se me ocurrió que su perspectiva era lo que la alejaba de lo patente de la imagen. Creí verla dudar, y le hablé sin parar de mi convicción del cambio de inclinación de los rayos solares en esta época del año; de que los mirlos estaban inquietos por unas actividades inusuales de las lombrices en el subsuelo y que los caracoles hacían un ruido extraño al desplazarse. Se tumbó a mi lado intentando desentrañar el misterio y sentí que su salud me invadía; que sus latidos se sumaban a los míos y que las sombras, si las miramos del ángulo adecuado pueden ser fuegos artificiales. Intenté agradecerle la enseñanza, pero sólo me salió una frase que no venía a cuento estando ella donde estaba:
–Guadalupita...¡ven pacá!