lunes, 27 de abril de 2009

Slow

El movimiento Slow nació en Italia en el año 1986; un periodista apellidado Petrini, ofendido por la instalación de un Mc Donald's en la Piazza Spagna de Roma, se decidió a contraatacar a la expansión de las costumbres estadounidenses potenciando la idea del: Slow food, una idea que intentaba rescatar la ancestral costumbre latina de aprovechar las comidas como evento social y pausado. En el esquema, se daba una gran importancia al aprovechamiento de los productos de temporada, que garantizan la frescura y naturalidad de los ingredientes, recuperando al mismo tiempo las ancestrales costumbres gastronómicas de la vieja Europa.
No soy ni fui nunca un sibarita, pero siempre me he ceñido a los alimentos de estación, por economía, pero también por reproducir el esquema que nos llevaba cuando niños, a seguir un calendario de actividades ligadas al meteoro: tiempo de volar cometas, en el aire enloquecido de primavera; cazar mariposas o luciérnagas; tiempo de hogueras por San Juan, o de canicas, por una disposición arbitraria que variaba en cada barrio.
Me hice adulto en la ficción de que todo podía ser "todo el tiempo"; que si ibas suficientemente deprisa, como los yanquis, dispondrías de tiempo para vivir más de una vida, craso error. Somos organismos ligados a leyes establecidas; piezas de un rompecabezas, que si las fuerzas en el lugar equivocado, puede dar el pego de tarea cumplida, pero que dejará intersticios por donde habrá de colarse el desequilibrio.
En las ciudades, la mejor definición de: "milésima de segundo", es aquella que la describe como el tiempo transcurrido entre el cambio del semáforo a ámbar, y el primer bocinazo; yo, para sentirme un ser elevado y mejor, esperaba casi un segundo para disparar decibelios. He hecho progresos, hace poco fui a pasar la ITV de mi viejo corcel; estaba todo bien, a excepción del claxon, que no funcionaba. ¡Claro!, ¿cómo iba a saber que no rulaba, si nunca lo uso?. El empleado me dijo que debía repararlo, pero tuvo la deferencia de no hacerme volver a pasar la revisión por ello, un poco por clientelismo ( acudo siempre a al revisión anual al mismo establecimiento), y otro poco porque estaba seguro de que yo lo haría, haciendo inofensiva su "vista gorda". No lo haré de momento y lo dejaré para cuando sea necesario acudir a un taller por otra avería; porque si no he tenido necesidad en un año de colaborar al estrépito ofensivo de las ciudades, es una tarea que puedo relegar, a no ser que cambie de taller homologado para la revisión, y me vea compelido a poner cara de sorpresa tras pulsar infructuosamente, el lanzamisiles que cada automóvil lleva incorporado. ¡Sí, lento y ladino!

miércoles, 15 de abril de 2009

Sólo respirar


Un genio flaco y desgarbado salió de una botella de vinagre balsámico; entendí que era normal su aspecto al habitar en un sitio semejante, y que apareciera tras una monumental cogorza. Impaciente por que me hablara de los tres deseos que todo el mundo les supone, esperé con cierta intranquilidad que acabara con su batería de preguntas. Tengo edad suficiente para saber que las desgracias no viene solas, pero es difícil guardar la compostura cuando en pleno resacón, te topas con un espíritu aficionado a la mayéutica.
Como los seres sobrenaturales no tienen la misma percepción que los mortales acerca del tiempo, decidí que unas respuestas concisas lo pondrían sobre la pista y se abocaría finalmente a lo que yo suponía su estricta labor . Cuando dijo que se volvía a su botella porque yo no colaboraba, me descolocó totalmente y fui brusco con él; un tipo con mal cuerpo y dolor de cabeza, no es el mejor objetivo de una encuesta, por extraordinaria que sea.
Tapé la botella en un movimiento rápido y le espeté:
–De eso nada vinagretas, tú no te vas sin darme mis deseos.
–¿Deseos?, ¿a qué te refieres mortal?
– ¡Mortal, sí!, veo que vas entendiendo como me siento hoy...
Desperté con la cara sobre la mesa de la cocina; alguien tocaba el tambor dentro de mi cabeza y había tapizado el cielo de mi paladar con unos trapos malolientes; puesto pesas en mis párpados y cortado la comunicación entre mi cerebro y extremidades. Ni rastro del hombrecillo. Intenté recordar alguna de sus preguntas en vano, y me dispuse a hacer lo único que al parecer podía.